lunes, febrero 14, 2011

HOY CONOCI A JOSÉ

Hoy conocí a José. Confieso que tenia deseos de conocerlo desde que contemple impresionado su desgarradora historia en televisión (en la crónica negra, evidentemente) En aquel momento me pareció la historia de un hombre normal, trabajador, sacrificado, amante de su familia, en fin, como se definía Don Antonio Machado “un hombre esencialmente bueno”.

Un hombre a quien los tsunamis de una economía especuladora y voraz, habían destrozado su vida por el simple hecho de querer mejorar, de pretender que los suyos vivieran mejor, de darle estudios a su hija.... en fin los anhelos de cualquier padre de familia honrado y trabajador, que entiende su vida como una entrega absoluta para los suyos.

¿Que ha pasado para que una crisis que nace no se sabe donde, manejada por unos cuantos, haya podido llevar a tantas familias al desastre, a la pobreza y a las consultas siquiátricas ? ¿Quien tiene el derecho de destrozar vidas y haciendas, con el único argumento de la especulación feroz o por la simple incompetencia de algunos gobernantes estúpidos? ¿Quien proclama un estado de bienestar que después no se puede mantener? ¿Quien les dice a las gentes que pueden vivir por encima de sus posibilidades reales, montadas en el crédito y en la euforia?

Pasaron los tiempos de las libretas de ahorro, sustituidas por el plástico que hace que el dinero se deslice de nuestras manos sin apenas darnos cuenta. La gente gasta lo que no tiene, animada por unas publicidades mas que engañosas. ¡Craso error!

Nuestros abuelos –partidarios del colchón como caja fuerte- nos enseñaron a movernos en la mesura y en el control del gasto (la famosa anécdota de la manta que te cubre los pies). Evitaban la tragedia, la deshonra y el que dirán. Mantenían los valores y las buenas costumbres. No se creían nada, ni a nadie: les bastaba saber que dos y dos eran cuatro y que no se llevaban ninguna.

José no era de esos tipos que lo tiraban. Seguramente, se equivocó como tantos otros en el momento, en la inversión, en los consejos y en las compañías. En su mente de hombre sencillo, nunca alcanzó a comprender como ese sueño maravilloso de la “especulación inmobiliaria” podía haber explotado en sus propias narices, esfumando sus sueños de progreso y bienestar para su familia: comenzó la caída en picado lenta y progresiva: sin piedad.

Al final, solo le quedaron las vacas, inseparables compañeras de toda su vida, desde sus comienzos, hasta el trágico final. Ahora ellas también han quedado huérfanas, testigos de una muerte anunciada, caprichosa y estéril.

He mirado a los ojos de José. He visto una mirada limpia, de dignidad, de incomprensión, de ternura. Una mirada que pide perdón por su “propia desgracia”, que todavía no sabe muy bien lo que está pasando, ni lo que ha pasado, como si un destino trágico ajeno totalmente a su vida, hubiera pasado por su casa como un viento huracanado llevándoselo todo por delante.

José sabe que cuando vuelva a la paz de sus campos, nada será igual porque le faltará parte de su vida: una vida irrecuperable. Será como un fantasma de si mismo, un reflejo de lo que fue y no volverá a ser, vivirá una vida que nunca será la suya.

Yo maldigo a aquellos que provocan historias como la de José, que juegan con vidas ajenas, con los sentimientos e ilusiones de las gentes, para luego dejarlos como guiñapos destrozados en las cunetas de la crisis y el desempleo.
Mientras tanto, José baja los ojos a tierra, como pidiendo perdón al mundo. El mundo, la Sociedad, la vida, también deberían perdonarle. Como mínimo, es de Justicia.
TDG

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