Eutanasia Emocional (adolescencia…)
Debe ser la edad, me falla la memoria y ya no recuerdo todo lo que escribí en los capítulos perdidos de este ya largo diario. Sólo les dejo leer lo menos escabroso, imagino que ya lo suponen. Lo contrario sería como ser el gran hermano de uno mismo y aquí ya tenemos a la Institución Penitenciaria para que se encargue de eso. Cuando lo hacen bien resulta difícil hasta suicidarse sin interrupciones.
Recuerdan por ventura vuestras eminencias si alguna vez escribí algo parecido a: “sean buenos, cumplan las leyes aunque no las conozcan o un juez les meterá en la cárcel”. Es posible que no porque, presumo que los niños y adolescentes no leen este tipo de blogs. Por cierto, ¿recuerdan que era lo que más les fastidiaba cuando eran adolescentes? Yo sí. No lo he olvidado nunca, ni siquiera cuando, años después de perder la adorable adolescencia, hube de pasar unos cuantos años cuidando de un numeroso grupo que acababa de llegar… a la adorable adolescencia.
Quizá por eso, cuando hacían preguntas interesantes (las preguntas de los adolescentes, siempre lo son), evité respuestas del tipo: “porque sí”; “porque lo digo yo” o; “responderé esa pregunta cuando tengas edad para entender la respuesta”. ¿Qué hacía cuando llegaban las preguntas difíciles? (siempre llegan…). Algo muy sencillo: responder. Y… ¿que respondía? Pues… ¿la verdad? O quizá habría que decir, la versión mas adecuada de la verdad, probablemente, si, eso es.
La verdad a veces es demasiado cruda pero, tiene una gran ventaja; nunca hay una sola versión de la verdad y, la más adecuada depende del punto de vista de quien escucha; de lo convincente que sea la respuesta y; sobre todo, de la autoridad moral de quien responde. La autoridad moral no se persigue, ella nos alcanza si mantenemos la determinación de ser sinceros por encima de cualquier otro principio. Esto es: ser sincero/a siempre, incluso si es para decir que no se conoce la respuesta porque, es muy posible que en la adolescencia existan todas las preguntas pero, es seguro que ningún adulto conoce todas las respuestas.
Y cuando llega el momento, ese momento en el que no tenemos la respuesta adecuada, echar mano de la humildad (es sabio ser humilde) y, decir la verdad; aunque la verdad sea: “no sé que decirte, no conozco la respuesta pero, la buscaré porque sé que es importante para ti”. No mentir deliberadamente, ese es el secreto para mantener la autoridad moral. La verdad, aún en su versión más cruda (si hay que echar mano de ella), a la larga, siempre es mejor que una mentira. Decir la verdad no garantiza, no ser condenado. Le gente sincera no evita la cárcel sólo por serlo pero, es seguro que un condenado sincero es moral y emocionalmente “superior” (incluso a quien le condenó). ¿Fuerte, verdad?, La verdad en crudo siempre lo es.
A. V. de B.
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