martes, mayo 22, 2007

Diario Íntimo de un Condenado capítulo 57


Eutanasia Emocional (El tormento…)

Hace un par de semanas no era más que una premonición, uno de esos latigazos que la intuición envía hacia abajo y recorre toda la columna vertebral hasta la mismísima punta de la cola evolutivamente perdida en lo físico pero no del todo en el recuerdo. Como un “déja vu” milenario que libera dosis letales de adrenalina, retira la sangre de los capilares dejando sobre la piel el color de la parca.

Es parecido a un orgasmo pero, doloroso. No físicamente doloroso, duele porque cuando te azota sabes que es cierto. Recuerdo que sentí la necesidad de compartirla (la premonición) y, camuflándolo de superstición se lo conté al Boss of the blog: “algo terrible está a punto de ocurrir, porque últimamente todo está saliendo demasiado bien…” le dije. Es mejor que crea que soy genéticamente supersticioso. Si le cuento la verdad puede suponer que he sufrido una pérdida masiva de neuronas y, nadie en su sano juicio concederá un permiso a un chalado.

Pero ocurrió… y sí, ha sido terrible. Una experiencia dolorosa, placentera y emocionante a partes iguales. Un evento poderoso, capaz de parar de golpe el lento proceso de Eutanasia Emocional; difícil de metabolizar y aun más difícil de explicar. Lo intentaré y espero que vuestras eminencias Ilmas. No vean nada más que lo que es. No vayan más allá, que ya bastante lejos queda esto. Imagínense que una mañana, mientras se afeitan, se aplican una suave capa de maquillaje (o ambas cosas); tienen un descuido, se alejan un unos centímetros del espejo y… lo que ven no coincide con la imagen que de sus mismidades tienen en la memoria; porque sus neuronas hace siete días que olvidaron hacerle olvidar la pinta que tenían hace una semana.

¿A que es jodidamente deprimente recordar con todo detalle la cara que tenían hace una semana y ver en el espejo la de ahora mismo? Otra forma de conseguir el mismo efecto salvajemente multiplicado sería ponerles delante, sin previo aviso, a un amigo que no ven hace diez años. Mirarán sus canas, las marcas que el tiempo ha dejado en sus rostros y el eco de sus propios pensamientos les hará creer que están haciéndolo desde su propia tumba. Nada podrá evitar que una parte de su recuerdo les susurre al oído: “si el tiempo ha hecho esto con él, que no habrá hecho conmigo”.

La culpa la tiene el alcaide. Estaba yo seguro de que encontraría la forma de torturarme, para qué sino aplazar mi ejecución. Lo que nunca imaginé es que mi alma hubiese de estarle agradecida por ello y… lo está. Debe de ser una variante carcelaria del “Síndrome de Estocolmo”. ¡Joder!, que coño le pasa a mi cerebro… mejor lo dejo ahora o, acabaré escribiendo que es un buen tipo y, eso no se puede decir. No desde aquí dentro.

A. V. de B.


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