La Entrevista (Recuerdos de otras batallas…)
… Ella preguntó y yo respondí. Cuando alguien pregunta siempre corre el riesgo de que le respondan, es más, corre el riesgo de que le respondan con la verdad, con sinceridad. Esto tiene implicaciones emocionales para el que pregunta, pueden ser desagradables, terribles. El que responde ya convive con ellas y para él siempre es un alivio descargar aunque sólo sea una parte de ello.
Hace años una joven amiga mía decidió estudiar psicología en Salamanca y después decidió hacer todas sus prácticas en prisiones. Su intención era trabajar al servicio de la ley en la policía o en prisiones. No importa donde esté ahora, seguro que dignifica la profesión como antes lo hizo con el género (el femenino y el humano).
Silvia se lo tomó en serio desde el primer año; recuerdo que me utilizaba como conejillo de indias. Mi mismidad era objeto de interminables test, larguísimas entrevistas que precedían y seguían a la comida o la cena en el restaurante de su padre. Después quemábamos cigarrillos, té con leche y, las horas, en largas tertulias no exentas de cruentos debates acerca del crimen, el castigo y la redención (la religiosa, la impuesta y la verdadera). Los dos conocíamos el devenir de las prisiones, el día a día de las patrullas policiales y los cuerpos de intervención. A veces se nos unía su madre, que trabajaba en el servicio de urgencias del hospital y mi novia, que vivía en la cárcel. Siempre se formaban dos bandos sólo estábamos de acuerdo en media docena de conceptos muy esenciales. Gastamos tanta munición que ahora sólo nos llamamos o nos escribimos en casos de vida o muerte (nace un niño… muere un viejo…)
Entonces corría la sangre en palabras. Destrozábamos la sociología, la medicina, la psicología, la teología, el derecho romano; acordábamos que la organización económica y social de este reino era una mierda; que no tenía arreglo posible; que era necesario cambiarlo todo, que para eso habíamos votado “si” a la Constitución y que si empezábamos de una puñetera vez, quizá las siguientes generaciones encontrarían un mundo mejor; menos oposición al progreso y la libertad de la que habíamos encontrado nosotros; menos resistencia por parte de los sectores más reaccionarios de una democracia adolescente, tímida y desorientada.
Pero esta entrevista no era una práctica, la psicóloga no era Silvia, Esther no estaba, yo ya no soy el mismo y esto es la puta realidad.
A. V. de B.
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