domingo, septiembre 16, 2007

Diario Íntimo de un Condenado capítulo 64


Desde la Milla Verde

Miro sus ojos… observo las huellas que sus pies dejan sobre el húmedo linóleo verde; el pausado vaivén de las fregonas que apenas dejan ver la prisa de las manos que las mecen. Pero hay prisa. Prisa apenas disimulada, oculta, probablemente no premeditada en un sinfín de actitudes y movimientos mecánicos, automáticos, casi parasimpáticos que, sin embargo, dibujan una topografía en la que las emociones sobresalen como colinas en un valle sin lágrimas (aquí, como en cualquier otro entorno machista, las lágrimas sólo indican debilidad). Un mapa que cualquier mente perspicaz puede ver incluso en la oscuridad.

Todos, al final del día quieren abandonar la soledad de los espacios comunes para sumergirse en la soledad de los tiempos privados. De los espacios desnudos, de paredes blancas y camas blancas, de suelo de cemento (verde también) y barrotes de hierro pintados de un azul que no recuerda ni el mar ni el cielo que no dejan ver. La soledad de esos lugares donde es difícil determinar si el frío que inflama las articulaciones y encoge los corazones proviene del clima o de la falta de calor humano; aunque es fácil inclinarse por lo último.

Las almas huyen de la terrible soledad que sienten en medio de otras almas, porque en una situación así no es posible ni expresar ésa soledad, porque resulta poco creíble decir que uno se siente solo, abandonado, ignorado en medio de tanta gente. Quizá avergüenza, porque muestra la propia incapacidad para encontrar amistad, cariño, compañía, calor y lo que es peor, la dificultad de los grupos humanos para ofrecer verdadero amparo a sus integrantes. Algo que cualquier otro animal (o eso nos parece) hace con facilidad, por impulso.

Miro la pantalla del televisor. Un hombre se ha prendido fuego y arde como una antorcha. Dos guardias civiles (en edad de segunda actividad) se acercan, uno de ellos logra, después de algunos aspavientos sin doblar las rodillas, sin acercarse demasiado y, sin soltar el tricornio, arrancarle parte del pantalón ya quemado. El otro guardia pide algo para taparle (ante todo el mínimo decoro, claro, no se puede estar desnudo en público…). Dos personas más se acercaron pero fueron de menos utilidad que los agentes, que ya es decir y; a la mano que sostiene la cámara (las imágenes son de una cámara profesional), apenas le tiembla el pulso y no pierde el encuadre ni el enfoque, en ningún momento.

Tampoco le ha temblado el pulso al editor que metió esas imágenes en los telediarios durante dos días, el morbo se cotiza bien y; supongo que sería estúpido por mi parte preguntar donde se han escondido esas asociaciones que ponen el grito en el cielo cuando en la tele se ve un pezón en medio de una hermosa teta. Así que haré algo de utilidad y preguntaré yo: si estaba frente a un edificio público (de ahí los viejos lagartos…) y, amenazaba con prenderse fuego; ¿por qué nadie usó un extintor?, ¿por qué nadie se lo impidió?, ¿por qué nada se hizo bien? y, digo yo, los de la tribu togada, esos que mandaron secuestrar El Jueves, ¿no creen que esas imágenes y la forma en que se grabaron, son un poquito sospechosas?, ¿no estarían allí para grabar lo que grabaron, verdad?, ¿o, sólo eran dublineses?...

A.V.de B

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