viernes, noviembre 16, 2007

Diario Íntimo de un Condenado capítulo 73


El Miedo… (1)

Mucho se escribe últimamente acerca del miedo; yo también caí en la tentación hace unos meses. Ante la deriva que lleva el asunto, vuelvo sobre lo que yo creo que hay que hacer con él y para mostrar mi desacuerdo con los métodos que proponen la mayoría de los expertos que desde hace pocos años se interesan algo más por las emociones y un poco menos por el psicoanálisis. Comenzaré por recoger dos formas totalmente opuestas de tratar con el miedo.

Los consejos y las claves que aparecen en los libros de autoayuda y otros que no llevan esa, cada día más devaluada etiqueta, pero en realidad lo son. La mayoría hablan de cómo combatir el miedo (los miedos…). Tengan en cuenta vuestras eminencias que lo que van a leer es el resultado del trabajo que una redactora/documentalista realizó para una revista semanal. Una colección de frases construidas para figurar en titulares y ladillos; la mayoría, respuestas sacadas de su contexto (generalmente entrevistas cortas). E aquí algunas de las formas de combate que se proponen.

Una: “Tomar conciencia de la situación. Evaluar si el miedo nos impide llevar una vida normal”.

Otra: “Establecer una red social, un grupo solidario que pueda ayudar”.

Otra: “Verbalizar los miedos, muchos temores se disipan con tan sólo expresarlos, ya sea ante un terapeuta o con alguien cercano”.

Otra: “Enfrentarse a ellos, no evitarlos. No salir huyendo de inmediato, intentar sufrir un poco, aunque sin llegar a pasarlo mal”.

Otra: “Ir a un especialista, si las ansiedades se tratan pronto, la terapia es más corta. Comenzar el tratamiento psicológico antes o paralelamente al farmacológico, porque a veces se acaba temiendo dejar el tratamiento y que vuelva la ansiedad”.

Otras dos:

-Exposición paulatina- “Construir pasos que acerquen, poco a poco, al origen de la fobia”

-Implosión- “Tirar al niño a la piscina para que le pierda el miedo al agua. Puede ser contraproducente”.

Claro, los tratamientos de choque es lo que tienen, que a veces los daños son irreparables… ¡por Afrodita!, ¿esto es todo lo que se les ocurre?, ¿no han investigado nada, no han inventado nada nuevo?, a ver, vamos a seguir leyendo…

Otra más: “La terapia cognitivo-conductual. Busca el origen de los miedos. Se puede complementar con técnicas de control de la ansiedad, mediante la respiración y la relajación muscular”.

La última: “Adoptar una postura activa para combatir el miedo; no tratar de justificarlo; hacer ejercicio físico para fortalecerse y lucha contra él y debilitarlo. Burlarse de él desarrollando el sentido del humor.

A. V. de B


viernes, noviembre 09, 2007

Diario Íntimo de un Condenado capítulo 72


Al Filo de las Últimas cosas (2)

Recuerdo que lo primero que me vino a la cabeza al traspasar las puertas de esta ciudadela (hace ya demasiado tiempo), mientras caminaba por sus feas y angostas calles rumbo a no sabía donde; fueron las imágenes de otras calles que nunca existieron o que; existieron tantas veces en tantos lugares que llegaron a inspirar una novela que yo había leído, hacía ya algunos años y en cuyas páginas está la descripción exacta de estos paisajes, o de otros tan parecidos a este que mi cerebro los recreó una vez más y los superpuso a los reales.

Así fue como intuí por primera vez la irrealidad de este lugar. No la de la fealdad del paisaje, que es muy real, sino la de todo lo demás. Cuando por fin encontré un lugar en el que dormir, cuando mi amígdala decidió que aquel (o aquella) transexual era inofensivo comparado con el desequilibrado mental que, en un principio, me habían adjudicado los del uniforme azul como compañero, dormí a pierna suelta y al despertar, un solo pensamiento ocupaba toda mi mente. Era lo único importante, lo que en realidad me molestaba de este lugar, lo único que hoy me sigue atormentando a diario.

La absoluta falta de Belleza en alguna parte, en algún momento… ya sé que, como dejó dicho Santayana (un filósofo español, desgraciadamente, poco conocido en España): “la belleza es un elemento emocional, un placer nuestro, que no obstante consideramos como una cualidad del objeto”; sobre ello he pensado muchas veces ¿seré yo, será mi escepticismo, mi pesimismo el que me impide emocionarme y ver algo bello aquí? Pero la respuesta siempre es la misma: NO, porque si fuese así, tampoco encontraría bella la música que escucho, no encontraría bello nada de lo que leo, no me emocionaría con el cine o, con las historias de algunos de mis conciudadanos y eso, afortunadamente sigue ocurriendo.

Aquí, como en cualquier ciudad moderna, hay demasiada luz y eso impide ver las estrellas aún en las noches sin luna, hecho que… resta belleza a las noches, a la vida. La excusa, como en las ciudades es, no podía ser de otra forma, la seguridad. En muchas ocasiones me pregunto si merece la pena, si es posible vivir con tanta seguridad porque, lo que tengo claro desde hace muchos años y ahora más, es que, a más seguridad, menos libertad. Algún día, cada vez menos lejano a juzgar por los últimos cambios en el clima, pagaremos caro el despilfarro de luz. Tampoco nos saldrá gratis tanta seguridad…

Esto es como “El País de las Últimas Cosas” (primera novela de Paul Auster, 1988). Allí todo se había deteriorado, todo era escaso, más aún las cosas bellas y los buenos sentimientos. Aquí todo nació ya deteriorado, fue construido obviando cualquier rastro de belleza, incluso rechazándola, matándola cuando la naturaleza, viva y pertiñaz la hace surgir. Aquí, como allí, todo está plagado de muros, de barreras, de dificultades para conseguir las cosas más esenciales, más si, como el amor, la ternura o el inofensivo cariño pueden embellecer los largos días de alguien. Aquí, como allí, casi todo está prohibido y lo que no lo está, puede estarlo mañana.

La diferencia es que aquí, los habitantes, son escogidos entre aquellos a los que se les supone los peores sentimientos. Menos mal que a veces se equivocan.

A. V. de B.


Diario Íntimo de un Condenado capítulo 71


Al Filo de las Últimas cosas

Para observar las estrellas de nuestro universo sólo se necesita un lapso de tiempo, la oscuridad de la noche, ausencia de obstáculos y que no haya más luz que la que de ellas no llega, ninguna otra luz. Exclusivamente en esas circunstancias podremos entrar en su intimidad, comprender la belleza de su desnudez, sentir el agridulce desasosiego que provoca su lejanía y conseguir que nos hablen del pasado, de nuestro pasado; de lo que ocurrió cuando ellas estaban vivas y los hombres aún no habíamos despertado. Muchas de las que ahora vemos ya habían muerto antes de que la Tierra fuese más verde y azul que roja y, sin embargo, sigue llegando a nosotros su memoria, la llama eterna de sus corazones, su último suspiro.

Igualmente, para observar la propia vida, sólo es menester la distancia que ofrece gratuita e inexorablemente el paso del tiempo, no haber perdido la memoria; sobre todo, ser sincero, salvaje y hasta dolorosamente sincero y poco indulgente con uno mismo. Y entonces, ahí, en ese espacio encontraremos lo que fuimos, lo que hicimos, lo que dejamos de hacer y por fin se nos presentarán claramente, ahora sí , los trenes que perdimos, los caminos que no recorrimos. Aquí, en este bosque, a veces selva, donde la luz siempre llega tenue, tamizada por la frondosa y asfixiante vegetación, es el lugar en el que ni siquiera las luminarias de nuestras vanidades, de nuestros éxitos, reales o deseados, podrán clarear las sombras de la verdad.

El mismo método se puede usar para observar a los otros, a nuestros hermanos; tanto a los amigos como a los contrarios, a los sabios, a los ignorantes, a los que creen saber algo, a los que sólo están seguros de que no están seguros de nada, a los locos divinos; a los ángeles negros que pasean a sus anchas acá entre nos, donde ningún dios ha venido nunca a consolar con su presencia la ciénaga donde sus hijos mueren y dejan de ser. Aquí donde el Rey olvida a miles de sus súbditos en manos de una bestia poderosa que aplasta el llanto y la risa, son sus carnes corrompidas.

Este es el lugar adecuado para ver el corazón de las tinieblas, lo ilimitado de la oscuridad del alma, la alienación, a veces voluntaria de la razón humana, si es que algún rayo de las continuas tormentas tiene a bien iluminar fugazmente la crueldad que despliegan todos contra todos empujándose al vacío de una supuesta culpabilidad individual, de la que sin embargo, toda la tribu de Dante participa de una forma u otra.

Si se mira con los ojos del espíritu, sin distraerse con otras voces, con otros escritos; en ningún lugar como en este se puede ver tan claramente el alma de los hombres. Su capacidad, su tendencia, su inclinación hacia el bien o el mal, hacia la luz o la oscuridad, se ve realmente de esa forma: otorgando un poder casi ilimitado a unos pocos y ninguno a otros y, esperando… la paciencia es primordial, el tiempo no se detiene, a veces lo parece pero, es una ilusión un espejismo relativo. No entiendo a los que escriben “trágico final”, cuando todos sabemos que si hay algo trágico, está siempre en el principio. Al final sólo hay muerte pero, si realmente hubo tragedia, hasta la muerte misma es una forma de libertad o, la liberación misma y, desde luego la única y verdadera redención.


A. V. de B.