Al Filo de las Últimas cosas
Para observar las estrellas de nuestro universo sólo se necesita un lapso de tiempo, la oscuridad de la noche, ausencia de obstáculos y que no haya más luz que la que de ellas no llega, ninguna otra luz. Exclusivamente en esas circunstancias podremos entrar en su intimidad, comprender la belleza de su desnudez, sentir el agridulce desasosiego que provoca su lejanía y conseguir que nos hablen del pasado, de nuestro pasado; de lo que ocurrió cuando ellas estaban vivas y los hombres aún no habíamos despertado. Muchas de las que ahora vemos ya habían muerto antes de que la Tierra fuese más verde y azul que roja y, sin embargo, sigue llegando a nosotros su memoria, la llama eterna de sus corazones, su último suspiro.
Igualmente, para observar la propia vida, sólo es menester la distancia que ofrece gratuita e inexorablemente el paso del tiempo, no haber perdido la memoria; sobre todo, ser sincero, salvaje y hasta dolorosamente sincero y poco indulgente con uno mismo. Y entonces, ahí, en ese espacio encontraremos lo que fuimos, lo que hicimos, lo que dejamos de hacer y por fin se nos presentarán claramente, ahora sí , los trenes que perdimos, los caminos que no recorrimos. Aquí, en este bosque, a veces selva, donde la luz siempre llega tenue, tamizada por la frondosa y asfixiante vegetación, es el lugar en el que ni siquiera las luminarias de nuestras vanidades, de nuestros éxitos, reales o deseados, podrán clarear las sombras de la verdad.
El mismo método se puede usar para observar a los otros, a nuestros hermanos; tanto a los amigos como a los contrarios, a los sabios, a los ignorantes, a los que creen saber algo, a los que sólo están seguros de que no están seguros de nada, a los locos divinos; a los ángeles negros que pasean a sus anchas acá entre nos, donde ningún dios ha venido nunca a consolar con su presencia la ciénaga donde sus hijos mueren y dejan de ser. Aquí donde el Rey olvida a miles de sus súbditos en manos de una bestia poderosa que aplasta el llanto y la risa, son sus carnes corrompidas.
Este es el lugar adecuado para ver el corazón de las tinieblas, lo ilimitado de la oscuridad del alma, la alienación, a veces voluntaria de la razón humana, si es que algún rayo de las continuas tormentas tiene a bien iluminar fugazmente la crueldad que despliegan todos contra todos empujándose al vacío de una supuesta culpabilidad individual, de la que sin embargo, toda la tribu de Dante participa de una forma u otra.
Si se mira con los ojos del espíritu, sin distraerse con otras voces, con otros escritos; en ningún lugar como en este se puede ver tan claramente el alma de los hombres. Su capacidad, su tendencia, su inclinación hacia el bien o el mal, hacia la luz o la oscuridad, se ve realmente de esa forma: otorgando un poder casi ilimitado a unos pocos y ninguno a otros y, esperando… la paciencia es primordial, el tiempo no se detiene, a veces lo parece pero, es una ilusión un espejismo relativo. No entiendo a los que escriben “trágico final”, cuando todos sabemos que si hay algo trágico, está siempre en el principio. Al final sólo hay muerte pero, si realmente hubo tragedia, hasta la muerte misma es una forma de libertad o, la liberación misma y, desde luego la única y verdadera redención.
A. V. de B.
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