lunes, abril 09, 2007

UN MAL PLAN




Los hombres siempre nos hemos sentido orgullosos de nuestras heridas de guerra.
Por eso no suelen ser necesarias más que un par de cervezas para que nos enzarcemos en relatos sobre batallas pasadas en las que tomamos parte; aquel accidente de tráfico en el que dimos cuatro vueltas de campana, el día que dejamos las llaves dentro de casa y que tuvimos que escalar cuatro pisos y entrar por la ventana (eso si, después de romper el cristal), aquel percance con la policía, etc. etc.

En mi ranking personal, los preferidos siempre fueron los accidentes de trafico con otros dos vehículos, dos atropellos en los que ejercí de víctima y siete operaciones (un par de ellas a vida o muerte), y dependiendo de la compañía he optado por atribuir mis cicatrices a, caídas en deportes de riesgo o a navajazos en reyertas con otra gente por culpa de la droga.

Con los niños estas historias no fallan, pero con las mujeres es otro cantar.
Enfrentarnos a la adversidad, a poder ser sacando pecho, es una manera tan buena como cualquier otra de demostrar que somos fuertes, valientes y que tenemos instinto.

Creemos que la valentía nos hará parecer más seguros e inspirara confianza en nosotros. Lo que no creemos, sin embargo, es que, a lo peor nuestra intrepidez pueda ser interpretada como temeridad y lo que parezcamos, realmente, sea unos imbéciles.
Porque a fin de cuentas, lo más heroico en estos días (o en estas cosas), seguramente sea tratar de vivir cuantas más experiencias mejor y aún así, mantenerse de una pieza, eso si, experiencias buenas, (o que nosotros creamos que lo son).

Cuidar de nuestra propia salud, anticipándonos al dolor y a las cicatrices, es posiblemente lo más heroico de sacar pecho ante nuestra propia existencia.

Calcular los riesgos y, sobre todo, aprender a escuchar nuestro cuerpo en cada momento, saber que nos pide y que podemos darle, a su ritmo y sin obsesiones.
Fracasar en eso, por temeridad mas que por valentía, o por tratar de ofrecerle más cuidados de los necesarios solo nos convierte en esclavos; bien de nuestras propias cicatrices o bien de unos hábitos que terminan por ser de todo menos saludables.

”TENED EL VALOR DE EQUIVOCAROS”



Santiago A. P.

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