Ayer fue una mañana triste para mí. En realidad nada salió mal, recibimos dos visitas; por un lado, un numeroso grupo de trabajadores de la cosa penitenciaria de Francia, Italia, Portugal y Reino Unido; por otro, la Directora General de la cosa penitenciaria española, Mercedes Gallizo.
Los responsables sincronizaron perfectamente a los dos grupos que, al final, se reunieron en el Módulo 5 para escuchar una adaptación (más bien, fusión) del Himno de Europa.
Me emocionó escuchar como esta mujer coincide en los objetivos y en las formas de alcanzarlos con sus dos ilustres predecesoras, Victoria Kent y Concepción Arenal (dejando a parte las distancias en el tiempo que separa a unas de otras).
Creo que ella también le emocionó poder escuchar en el Módulo 6, un discurso escrito por un preso que recoge el pensamiento de otros muchos y coincide en mucho con el suyo. Que desean (que deseamos) que tenga éxito. Responder, como lo hizo, ante una audiencia expectante que, en estos momentos de incertidumbre política, reza a todos sus dioses para que en la próxima primavera esta Directora General siga en su puesto.
Yo no pude olvidar en toda la mañana que esta mujer, como las otras dos y a pesar de todo lo que hemos avanzado, tiene que luchar contra la incomprensión de una buena parte de una sociedad muy manipulada en sus miedos y prejuicios. Y que, también como las otras dos, tenga a sus mayores detractores dentro de la institución que dirige; ahora ya no tanto por ser mujer, que también, sino por pensar como una mujer y decirlo. En clave humanitarista que retribucionista. Pensando en un sistema progresivo (y progresista); en la reinserción de unos presos y en la resocialización de otros. Algo, por otra parte, obligatorio y no sólo porque lo diga la Ley sino porque en realidad es la única salida.
En España no existe la pena de muerte ni la cadena perpetua y salvo que los más de 67.000 presos decidan suicidarse, no queda otro camino que el regreso a la sociedad. A la misma o a otra pero, en libertad.
A mi tristeza contribuyo mucho la ausencia de algunas personas (trabajadores y presos) que desde el principio apostaron por este modelo de prisión. Me gusta, me parece justo que quienes trabajaron por hacer realidad las cosas imposibles de hace casi dos años, estén presentes cuando se reconoce que no eran imposibles, que ya no es una hipótesis, que se ha demostrado y que si algunos dejasen de estorbar y criticar (sin aportar otra alternativa que la pasividad por no decir la pereza…), no resultaría tan difícil mantener lo que se ha logrado.
Jorge G.G.
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