martes, mayo 08, 2007

Diario Íntimo de un Condenado capítulo 53


Eutanasia Emocional (Dementotes…)

Muerte asistida, asesinato premeditado de las emociones. Lobotomía; aquello que le hacían al personaje que interpretaba Jack Nicholson al final de la antigua e insuperada película, “Alguien voló sobre el nido del cuco”. El quirúrgico, es el método más rápido para matar las emociones, quizá habría que decir que, extirpando la amígdala (basta con seccionar sus conexiones con el resto del cerebro), se elimina la posibilidad de sentir emoción alguna. En realidad es una especie de aborto neuronal, se impide que nazcan.

Los médicos nazis probaron (como no…) estos métodos infames aunque, fue a mediados de los años 60 cuando se ensayó esta salvajada en un intento de curar la epilepsia. Lo consiguieron, claro, pero; el resultado fue comparable al de decapitar a un paciente que sufre de dolores de cabeza; la cefalea cesa en unos instantes, a lo que hay que añadir algunas ventajas colaterales: el paciente abandona definitivamente el consumo de drogas, incluidas las legales y, pierde la capacidad de reclamar. Tiene algunos efectos secundarios un poco molestos: se dificulta enormemente la capacidad respiratoria aérea y el sangrado es muy abundante.

Hoy día la lobotomía no se practica (o eso espero) pero, sería una insensatez creer que la eutanasia emocional es “un suceso aislado”. Se equivocan si creen que voy a mentir escribiendo que aquí, en la cárcel, se practica más que en otros lugares. No, no es cierto; aquí queman los minutos algunos seres que mantienen la ilusoria pretensión de que su trabajo puede lograr un equilibrio: “rebajar la frecuencia y el poder de determinadas emociones y potenciar el de otras”.

El reto es difícil, sobre todo si se parte con prejuicios del tipo: todo lo que está dentro de una prisión es malo porque lo dice una sentencia; todo lo que no esta dentro no es malo porque no hay sentencia que lo diga. Los que imponen las sentencias no se equivocan nunca porque les asiste una especie de infalibilidad divina y, si se equivocan no deben reconocerlo jamás porque eso mengua mucho la confianza que la población ha depositado en ellos y además cuesta dinero al estado. Los que reciben el encargo de ejecutarlas no deben dudar jamás, que lo que dice la sentencia es la verdad y en consecuencia tienen que hacer su trabajo con la mayor dureza posible, porque eso es lo que exige la sociedad.

Los que no tienen marcados a fuego los principios anteriores; los que a pesar de trabajar aquí, mantienen algún grado de empatía, tienen que luchar contra los que lo han perdido (o nunca lo tuvieron) y, contra la resistencia de los propios condenados que creen que si alguien trabaja en una prisión “por defecto” tiene que haberse insensibilizado antes contra el dolor, la locura y las emociones erróneas, como único método de mantenerse en su sano juicio. Sin duda, nosotros somos nuestros mejores enemigos.

Mañana sigo. Ahora Harry Potter acaba de llegar a “El Caldero Chorreante” y, hoy necesito ese tipo de emociones.

A. V. de B.


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