lunes, diciembre 18, 2006

Diario Íntimo de un Condenado capítulo 15º


Fado

Hoy estoy un poco melancólico. Escribiré algo desde lo más profundo de mi alma mientras escucho la voz de Mafalda Arnauth y… fado. No creo que os resulte divertido y si no queréis que mis lágrimas empañen vuestras pantallas, esperad al siguiente capítulo. Es posible que mañana esté mejor y pueda escribir con más gracia. ¿Ok?, lo siento, yo también tengo días de estos.

No puedo amor, no puedo olvidarte ni siquiera un poco, ni siquiera aquí. Duermo poco, ya lo sabes y escribo, como siempre, hasta tarde. Hecho de menos recogerte mientras paseabas tu vendito sonambulismo por el pasillo; devolverte a la cama, arroparte, mirar el termómetro, regular el termostato de la calefacción y sentarme a tu lado mientras regresabas a la oscuridad. Siempre reconocías la voz que te mecía, las manos que acariciaban tu cabello aunque tus ojos abiertos, estuviesen mirando el paisaje de tus sueños. Echo de menos el inmenso calor de tu cuerpo a mi lado, alargo la mano sobre la sábana y… no estás. Tengo que comenzar otro día más sin ti y eso aun duele mucho. Hace frío fuera, hace frío en este lugar, hace frío en mi alma.

Un día me entregaste tu libertad. La tomé en depósito porque te adoraba y me gustaba tenerla, tenerte. Años después me la pediste y sabiendo que con ella te llevabas una parte de la mía, te la devolví porque era tuya y porque un día prometimos hacerlo así cualquiera de los dos si llegaba el caso y, llegó. Recuerdo que me dijiste: “Déjate encontrar por una mujer que te merezca y dale lo que me has dado a mi estos diez años. Perdóname amor, no mereces lo que te estoy haciendo lo sé, como sé que no podré olvidarte nunca y que esa será una parte de mi castigo. Volveremos a encontrarnos en otro lugar algún día, lejos de todo esto que ahora nos impide seguir”.

Llevé el puño al pecho, incliné la cabeza, me metí en la armadura, tomé el acero y me eché de nuevo al camino, solo, decidido a reconstruirme. Aún lo sigo haciendo y si no he terminado es porque me falta una pieza y no he podido encontrar otra igual para sustituirla. El enemigo se me echó encima, con la rabia de mil demonios en cuanto notó tu ausencia. Los vencí, claro, no contaban con aquello que decía Publio Virgilio Maron: “El amor todo lo vence”.

Nunca temí la soledad, siempre fue para mí una fiel aliada, ahora hace más de tres años que me acompaña pero en noches como esta, pienso en ti. Si al menos tu nombre fuese otro… ¿Qué he de hacer para que se cumpla tu promesa?, ¿Dónde hemos de encontrarnos? Dímelo tú porque no encuentro el lugar y, aunque sea más allá de la vida, iré.

¿Donde estás amor?, te sigo buscando en el sonido de los violines y las gaitas de las tristes baladas irlandesas; en los versos en gaélico que tanto nos emocionaban; en la voz de Teresa Salgueiro que nos hacía llorar pero, sólo encuentro momentos que ya no existen, un amor que se niega a morir y; en cada nota la certeza de que moriré y mi alma seguirá buscándote… esperándote.

A. V. de B.

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